Hay días en que surge, sí
Le he cogido el gusto a salir por la noche, antes del amanecer, y perderme en los bosques. A veces me despierto de madrugada, inquieto, y no puedo seguir en la cama. Salgo sin hacer ruido a buscar algo incierto, como un yonki. Hay días de invierno en los que el aliento se escarcha en la cara y los músculos no quieren desperezarse. Otros en los que la lluvia apenas deja ver donde pisan los pies. Me alejo a toda prisa sin mirar atrás para que no me traicione el calor de las sábanas recientes. Atravieso los robledales, me alejo del ladrido de los mastines de las fincas de la periferia, del ruido del hombre y del mio mismo... Se hace el silencio, las zancadas se vuelven ligeras y fluidas. Contengo la respiración para que no me delaten los primeros rayos de sol. Cuando ya todo queda lejano, a veces ocurre la magia, la alquimia que transmuta lo incierto en éxtasis, en asombro reverencial. Ahí mismo, en un claro del bosque se levanta una catedral invisible justo hasta ese instante. En ese momento descubro porque tenía que levantarme y salir corriendo. No sé que es la felicidad, pero en esos momentos puedo acariciarla...
Pienso en los bosques, los echo de menos. Estaría bien que ellos también me extrañasen, pero se que eso nunca será así. Es por eso por lo que los añoro. Porque me hacen transparente, una presencia circunstancial, una anécdota. Eso me da paz, porque siguen ahí, a pesar de mi y aun sin mi, testigos mudos cuando soy asombro.
Saludos